El pasado día doce
viví en Bayreuth una de las experiencias artísticas más intensas de las que
tengo recuerdo. Ahora bien, me surge una contradicción que viene de mi propia
convicción de que cuanto más mayor soy, más difícil será que el espectáculo me
impresione, porque a la larga ya hemos visto prácticamente de todo en un
escenario y nuestro umbral de la sorpresa y de las emociones cada vez se sitúa
más y más alto. En este caso el Tristán
vivido aquella noche ha debido poner mi umbral de expectativas muy alto, porque
la sensación de opresión, de congoja, tras cada uno de los actos fue altísima.
Otra aclaración
antes de meterme en faena: las grabaciones de la Bayerische Rundfunk son del
todo traicioneras y mentirosas; sólo favorecen a la orquesta mientras que a los
cantantes los capta (sospecho) demasiado cerca, por lo que las voces vibran de
forma agresiva, sin percibirse la naturalidad de la oscilación que se observa
en el Festspielhaus. Es decir, el vibrato y el volumen están pensados para
encajar con las dimensiones y las necesidades de reverberación de la sala, no
para un micrófono situado antes de que la voz se enfrente con el auditorio. Por
tanto, pediría a los lectores que se olvidaran de lo que oyeron por radio y que
seguro que les desagradó casi tanto como a mí.
Antes de hablar de
voces u orquesta (a los que dedicaré otra entrada en mi blog) me gustaría
destacar la espléndida labor de Katharina Wagner. ¿Por qué? Pues porque
esperábamos una producción provocadora, vacía, pseudo-intelectual y de mal
gusto; en cambio ofreció un marco
espectacularmente bello, poético y terriblemente opresor y desesperado para la
historia de amor que creó su bisabuelo.
En el primer acto
ocupó el escenario con unas escalinatas que recordaban a las de Escher, infinitas
y que no conducían a ninguna parte, aunque en el programa especifican que se
inspiraron en “Il ponte levatoio” de Giovanni Battista Piranesi. Esas
escaleras, que se mueven y separan a los amantes, son sin duda un grandísimo
logro (estético y técnico) y encajan a la perfección con la idea de que la pareja,
no sólo se encuentran perdidos en el mar de sus sentimientos, sino condenados a
estar separados. Es muy largo describir todos los detalles que se perciben en
el teatro, por eso sólo destacaría de la dirección de actores, por el anhelo
irreprimible de Isolda hacia Tristán, buscándolo con la mirada, las manos, la
boca, mientras él hace grandes esfuerzos por controlarse. Con la llegada a
Cornualles la desesperación aumenta en Tristán, quien sabe que debe dejar a su
amada en brazos de otro hombre; ahí estallan las pasiones y dejan de disimular;
¿para qué sirve el filtro? para nada, esto lo sabemos todos, de tal forma que
vierten su contenido sobre el escenario y dan rienda suelta a su pasión,
mientras Brangania y Kurwenal tratan violentamente de separarlos.
En el segundo acto
encontramos a Isolda y a Brangania encerradas en una siniestra cárcel de altos
y negros muros, bajo la opresora mirada de los hombres de Marke, que las
enfocan con indiscretos y cegadores focos. Tiene su lógica, puesto que la
pareja ha fracasado en su intento de reprimir su pasión ante el rey, que los ha
encarcelado inmediatamente. El inicio del dúo de amor se da precisamente con la
llegada de Tristán a esta prisión donde, por culpa de los observadores, sus
criados procuran en vano separarlos. Mientras tanto el rey Marke, cual
Candaules, confirma sus sospechas observándolos desde lo alto. El amor
perseguido y reprimido, nada que no estuviese en las intenciones originales de
Wagner. Durante el dúo observamos una regresión existencial de la pareja que
llega a su cenit en la advertencia de Brangania. Este momento resulta especialmente
hermoso y conmovedor; ellos cantan parte del mismo de espaldas al público y con
las manos entrelazadas, mientras sus supuestas sombras se proyectan en el muro
frontal; a medida que se acercan a la célebre advertencia sus sombras van
reflejando la de unos adolescentes, unos niños y bebés, hasta que desaparecen
en la muerte, desde la que llegaron a la luz y a la vida. El controvertido
elemento de escena, que efectivamente recuerda a un aparcamiento de bicicletas,
va irguiéndose, hasta convertirse en un amenazador y siniestro refugio para los
amantes, que no logra protegerles de la luz, ni suministrarles la ansiada
muerte, que procuran cortándose con sus extremos. Desde un punto de vista
ortodoxo ver al rey Marke convertido en el tirano de la historia puede parecer sorprendente;
pero, dentro de esta concepción dramática y desde un punto de vista meramente
realista, el inconveniente para que Isolda y Tristán sean felices lo pone el
poder y el estatus social que regenta el rey y tío de Tristán. Por lo tanto
resulta estimulante ver cómo realmente encaja la figura de Marke como
antagonista de la obra.
Para cuando se abre
el telón en el tercer acto Tristán ya ha muerto. No se encuentra herido, pues
sus leales lo están velando, sí, con velas y todo, sobre un humilde catafalco a
ras de suelo. Efectivamente, resulta chocante y difícil de conciliar con el
subsecuente diálogo entre Kurwenal y el pastor, o entre el mismo escudero y su
difunto señor. Katharina lo resuelve como un recuerdo trastornado de Kurwenal
en primera instancia y como un diálogo de ultratumba, pues Tristán ya ha muerto
y espera, entre fascinantes y turbadoras apariciones, reunirse con su amada
Isolda. Aparecen los hombres de Marke para llevarse el cadáver de su sobrino, a
lo que se oponen los fieles de Tristán comandados por Kurwenal, que van
muriendo ante los secuaces de Marke y Melot. El humilde catafalco es sustituido
por una fría camilla de tanatorio. Mientras todo esto sucede Isolda permanece
inmóvil con expresión de dolor; la muerte de amor es de una colosal tristeza,
con la amante buscando otra vez (como ha hecho desde el principio) el abrazo
del inerte amante. Todo se convierte en una plegaria a la muerte como
liberación de la represión brutal que sufren los dos amantes y que no llega. De
hecho, Marke se lleva de la mano con gesto autoritario a una ausente Isolda, en
el final más desesperanzado posible de la ópera.
Que este final es
una traición a la idea original de Wagner de que en la muerte al menos podrían
ser libres para amarse queda claro; ahora bien, en 2015 esa visión romántica de
la muerte como médium para satisfacer un amor prohibido nos puede resultar algo
ingenua. Con esto no quiero decir que no sea válida la visión romántica, más
bien todo lo contrario. La sociedad en la que vivimos clava sus raíces emocionales
y culturales en el romanticismo y sería perfectamente comprensible por
cualquiera el final tradicional. Lo que propone Katharina es un final más
pragmático, suprimiendo el romanticismo o dejándolo como una esperanza algo
ingenua de nuestra naturaleza. Isolda no consigue a través de la muerte
reunirse con su amado (porque no la dejan morir) y debe seguir viviendo junto a
Marke, sólo con el recuerdo de Tristán. La realización de este momento (pese a
la gasa presente todo el tercer acto, que cubre por completo el escenario) es
de una emoción y de una tristeza realmente perturbadoras. El nudo en la
garganta no se deshizo hasta pasados unos diez minutos y todos los vecinos de
butaca parecían encontrarse en el mismo doloroso trance; el de asumir que en nuestra
sociedad el amor puro y la entrega absolutas son tabúes, condenados a la
insatisfacción de los individuos que así lo sienten y al rechazo social.
Desde un punto de
visto analítico es difícil encontrar la filiación con trabajos de su padre y
mucho más difícil aún buscar puntos de contacto con la obra de su tío Wieland
Wagner. En el caso de Katharina podemos decir que reinventa la paleta de
colores de Tristán. Crea un espectáculo sobrio, de tonos azules, verdes y
grises, reservando los colores más vivos para los antagonistas, esto es, Marke
y sus secuaces, vestidos y tocados de amarillo. La luz se emplea con maestría
para crear un ambiente frío y desesperanzado. El vestuario busca una cierta
indefinición, huyendo de las manidas gabardinas, y con un cierto aire
fantástico Isolda. Wieland empleaba unos colores brillantes y elementales para
caracterizar esta historia de amor de alto voltaje emocional. Katharina se
reserva la dirección de actores para prender fuego a la pasión de los dos
protagonistas, que se mueven en un mundo sin amor.
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